Puede ser verdad, puede
que no lo sea, pero había una vez una vieja muy vieja.
Era realmente muy pero
muy vieja, más vieja que el jardinero que plantó el primer árbol del mundo.
Sin embargo, estaba
llena de vida y la idea de morir le quedaba muy lejos. Se pasaba el día
atareada en su casa lavando, limpiando, guisando, cosiendo, planchando y
quitando el polvo, como si fuese una joven ama de casa.
Pero, un día, la Muerte
se acordó de la vieja y fue a llamar a su puerta. La anciana estaba haciendo la
colada* y dijo que, justo en ese momento, no podía irse. Aún debía aclarar,
estrujar, hacer secar y planchar su ropa. Aun dándose prisa, pensaba que
estaría lista, en el mejor de los casos, a la mañana siguiente; por tanto, la muerte
haría mejor en volver un día después.
–Espérame,
entonces, mañana a la misma hora- dijo la Muerte, y escribió con tiza
en la puerta: “Mañana”.
Al día siguiente, la
Muerte volvió para llevarse a la vieja.
–Pero, señora Muerte,
sin duda usted se ha equivocado. Mire la puerta y verá cuál es el día fijado para
venir a buscarme– observó la vieja.
La Muerte miró la
puerta y leyó: “Mañana”.
–Está claro, pues –
añadió la vieja–. Tiene que venir mañana, no hoy.
La Muerte fue al día
siguiente. La vieja la recibió con una sonrisa y le dijo: -Pero, señora Muerte,
usted se ha equivocado otra vez. ¿No recuerda que usted misma escribió en la
puerta que vendría mañana y no hoy?
Y así la historia
continuó durante todo un mes. Pero la Muerte acabó por cansarse. El último día
del mes le dijo: –¡Me estas engañando, vieja! Mañana vendré a buscarte por
última vez. ¡Recuérdalo bien!– dijo. Borró de la puerta lo que ella misma había
escrito y se fue.
La vieja, en ese
momento, dejó de sonreír. Pensó mucho, porque quería encontrar otra manera de
engañar a la muerte. No pegó ojo en toda la noche, pero no llegó a idear nada.
–Me esconderé en el
barrilito de la miel –se decía la vieja–, ¡Seguramente la Muerte no me
encontrará ahí dentro! –. Y se escondió en el barrilito de la miel, dejando
fuera solo la nariz. Pero de repente pensó: –¡Por el amor de Dios, la Muerte es
astuta! ¡Me encontrará en el barrilito de miel y me llevará consigo!
Salió del barril y fue
a esconderse en una cesta llena de plumas de ganso. Pero de repente pensó: –¡Por
el amor de Dios, la Muerte es astuta! Me encontrará también en la cesta–. En el
momento en que salía de la cesta, la Muerte entró en la habitación. Miró a su
alrededor y no llegó a ver a la vieja por ninguna parte. En su lugar vio una
figura terrible, espantosa, toda cubierta de plumas blancas y con un líquido
espeso que se escurría por su cuerpo. No podía ser un pájaro, tampoco una
persona, era, sin duda, algo terrible de ver. La muerte se asustó tanto que
puso sus pies en polvorosa, huyó y nunca más volvió a buscar a la vieja.
*Hacer la colada:
lavar.
Herrera, Ana Cristina;
Besora Ramón “25 cuentos populares de miedo”; p.p 73-74. Editorial Siruela/Aura